Ayer se publicó un artículo en el periódico el País hablando de “las luchas” entre madres. Estoy muy de acuerdo con todo lo que expone el artículo y creo que llega la hora de empezar a tomar consciencia de que estas guerras absurdas sólo nos perjudican unas a las otras y no nos permiten avanzar.
En esta vida todos prejuzgamos, es algo automático que hace todo cerebro humano, no lo podemos evitar y dividimos al mundo en dos: “los nuestros” y “los otros”. Y lo peor es que automáticamente esos “otros” los etiquetamos de malos, de peligrosos, de diferentes... Nuestro cerebro lo hace con un buen fin, y seguramente esto nos protege de muchos peligros, pero muchos humanos deberían aprender a prejuzgar en silencio, o pensar antes de hablar y de emitir juicios de valores sin saber nada de “los otros”, y posicionando en voz alta nuestras creencias como las “buenas” y las del otro como “las malas”.
Las que me conocéis sabéis que soy del grupo de las renombradas (y criticadas a la vez, prolactancia). Soy de las que me paso el día hablando de y para la lactancia. Escribo ante la desinformación de los sanitarios y me quejo de sus carencias, formo a asesores y sanitarios, intento ayudar a quien me lo pida de manera desinteresada o de vez en cuando, y siempre que el trabajo me lo permite, cosa que es muy infrecuente, trabajo como IBCLC haciendo domicilios. Y a nivel personal he amamantado a mis hijas durante muchos años, lejos de lo que suele ser habitual en nuestra sociedad.
Pero últimamente estoy decepcionada y triste con muchas de estas madres/personas que están tan a favor de la lactancia que pueden perder el norte, el respeto al otro, y la capacidad de callar la boca y mirar a otro lado si lo que ven no es de su agrado.
Me entristecí cuando una mujer/madre a la que admiro y respeto, por su generosidad y su gran corazón me llamó muy triste y decepcionada. Sofía tiene tres hijas preciosas. A la pequeña por circunstancias no le ha podido dar el pecho (y no voy a entrar a explicar qué circunstancias son esas, porque esto solo le atañe a ella y a su familia), me lo contó hace semanas, afligida porque no era lo que ella hubiera deseado, pero debía ser así. Es cierto que juego con ventaja, que yo sí conozco sus circunstancias, las de su hija y sus razones… pero si no lo hubiera sabido y un día me hubiera encontrado con ella, o con otra madre que diera biberón, no dudo en que mi cerebro la habría prejuzgado al no ser de “las mías”, pero os aseguro que mi boca hubiera estado sellada.
Tengo amigas con las que comparto el día a día que no han amamantado a sus hijos y no por eso dejan de ser mis amigas. Es cierto que hay puntos de vista respecto a la crianza de nuestros hijos que igual no compartimos, pero lo cortés no quita lo valiente y si solamente tuviera que querer a mis amigas por sus elecciones en lo que a crianza se refiere, mal iría.
Seamos de teta o de bibe, a unas y otras, nos falta aprender a callar, nos falta aprender a no meternos donde no nos llaman, a no hacer de nuestras opciones un proselitismo constante… ¡Y yo que pensaba que las madres de biberón no recibían reproches! Y lo que peor me sienta es que los reproches y miradas reprobatorias que ha sufrido Sofía y su hija vengan de madres lactantes…. ¡Me da vergüenza! Me indigna que “una de las mías” pueda atacar gratuitamente, que pueda juzgar y reprobar las acciones de Sofía… ¿Pero es que no nos hemos quejado mil veces que a las madres lactantes nos da la vara todo el mundo? ¿No nos hemos hartado de recibir comentarios desagradables o invasivos a nuestra intimidad? ¡Entonces por qué narices nos creemos con el derecho de hacer lo mismo!
Sé que a ver, oír y callar se aprende con los años, es una lección más que te da la vida, pero espero que con estas palabras algunas se apliquen antes. Prejuzgar vamos a seguir prejuzgando, pero callar… aprendamos a callar…. Para que las guerras entre madres pasen a la historia de una vez.
Alba Padró, asesora de lactancia e IBCLC